Producir alimentos sanos, no alterar los procesos de la naturaleza con el uso de agroquímicos y tener una relación directa con los consumidores. Esos son algunos de los motivos por los cuales cada vez más agricultores en la provincia de Santa Fe deciden abandonar la “agricultura convencional” para apostar por la agroecología.
Juan José Bruschi, Juan Lescano y David Maizares son quinteros y desde hace dos años que, con el apoyo del gobierno provincial, se volcaron hacia una elaboración de alimentos que ponderan la salud y el medio ambiente, en detrimento del imperante modelo de industrialización de los campos.
Según explican Raúl Terrile (de la secretaría de la Producción) y Daniela Mastrángelo (de la secretaría de Ambiente), el programa propone capacitaciones para los productores, talleres sobre el manejo de los lotes y la instalación de corredores biológicos. Además, también incluye herramientas para formalizar el trabajo de los productores hortícolas, un sector históricamente asociado a formas de empleo informales que los mantiene alejados de los circuitos crediticios o de comercialización.
“Es que la agroecología es un proyecto que incluye tres patas que deben priorizarse por igual para que los programas sean exitosos: lo social, lo económico y lo ambiental. “Si no es rentable no puede ser sustentable”, sostiene Terrile.
Cambio de paradigma
Bruschi trabajó en el agronegocio desde que era un adolescente. Tras 30 años, decidió abandonar las tareas de quintero cuando comenzó a preocuparse “por las consecuencias del uso de agrotóxicos en los suelos”. Fue entonces que en 2015 se enteró del proyecto estatal, se inscribió y hoy cuenta con un terreno de tres hectáreas donde cultiva plantas para huertas, aromáticas y hortalizas.
“Venía viendo –en líneas generales en la producción hortícola y de frutas– el uso irresponsable de agrotóxicos permitidos y también prohibidos, esos que no deberían estar en el mercado pero que si están. Hay toda una cadena de irresponsabilidades y por esa preocupación es que yo quise hacer algo diferente”, dice. Fue así que decidió embarcarse en el proyecto del cinturón verde, al que llegó junto a otro puñado de productores que lograron sobrevivir con dificultades al avance de los desarrollos inmobiliarios y de la frontera sojera.
Maizares, por su parte, tiene veintitrés hectáreas (casi todas arrendadas) con cultivos intensivos y extensivos: alfalfa, maíz, trigo y avena (entre otras), siempre con el objetivo de intentar darle valor agregado a la producción a través de la elaboración de harinas y forrajes.
“Empecé con métodos agroecológicos hace dos años. Había arrancado un tiempo atrás con la no aplicación de químicos porque mis terrenos están al lado de una escuela y eso me generaba conflictos. Fue así que surgió la idea de hacer alfalfa sin aplicar nada”, recuerda.
Al poco tiempo dejó de usar agroquímicos para comenzar a elaborar recetas propias en base a cola de caballo, ortigas o derivados del compost. Tal como explica el productor, el tránsito hacia ese sistema le cambió la forma de ver las cosas: “Yo creía que producía bien y me di cuenta de que no. El que dice que respeta los tiempos de carencia es mentira. De esta forma nos aseguramos de que la producción sea sana como debería ser, porque se trata de alimentos sin químicos”.
Aunque admite que en un principio tenía muchas dudas respecto a la forma de controlar ciertas plagas, Maizares dice que con el tiempo “eso se despejó” ya que la clave es actuar de manera preventiva. “Con el químico se aplica con la plaga instalada o a la vista, es algo curativo, pero nosotros aprendimos que no todos los insectos son malos y que se puede convivir con muchos, al igual que pasa con los yuyos, ya que no todo lo que nace es maleza”, sostiene.
En el caso de Lescano, que alquila dos hectáreas, pasó de hacer sólo rúcula con químicos (hace apenas dos años atrás) a diversificarse de la mano de otra manera de producir: en sus prolijos lotes se ve acelga, remolacha, ajo, brócoli, verdeo, lechuga y rabanito según la época del año.
“Yo antes solo hacía rúcula con agroquímico pero me pasé a la transición agroecológica hace dos años. En general me gusta todo porque produzco verdura sana para el futuro nuestro y el de nuestros hijos y para que la gente coma sano. Y eso está bastante bueno la verdad”, razonó el agricultor.
Para darle manejo al lote no usa herbicidas sino que intercala filas de aromáticas con las verduras y hortalizas, práctica que sirve para “confundir” a los insectos. “El romero, la lavanda, el orégano, el cedrón y el ajenjo tiene propiedades, algunos repelen y otros atraen insectos, son como pesticidas pero naturales”, detalla.
Menos es más
Contra lo que muchos pregonan y contra lo que ellos mismos pensaban, el paso hacia una agricultura sin químicos no sólo fue posible sino que se convirtió en una fuente de trabajo eficiente, rentable y saludable en todos los sentidos de la palabra. Tanto para los consumidores como para los propios trabajadores de la tierra.
Así lo asegura Bruschi: “Con la producción agroecológica descubrimos muchas cosas que antes nos parecían imposibles. Cuando yo estaba en el modelo convencional, hablarme de agroecología me parecía una utopía, pero con el tiempo descubrimos que no era así”.
Incluso su reconversión laboral lo llevó a reinterpretar palabras que, según explicó, tenía olvidadas: “Le encontré otro sentido a la palabra respeto, respeto por la naturaleza y por nosotros mismos, que somos parte de eso aunque el sistema todo el tiempo nos quiera alejar de esa esencia”.
Esa nueva relación con la forma de producir alimentos incluye por supuesto al consumidor, que a partir de un mayor caudal de información busca cada vez más frutas, verduras y hortalizas sin agroquímicos.
“Sabemos que muchos consumidores buscan otro tipo de productos y por eso se toman la molestia de ir hasta una feria cuando es mucho más fácil ir a una verdulería convencional donde tenés todo junto”, apunta Bruschi y cuenta: “Una mañana en la feria de la plaza Montenegro una señora les confesó que aunque ella tenía una verdulería, las compras para su familia las hacía en los tablones de productos agroecológicos”.
La posibilidad de vender su producción cara a cara con los consumidores es muy gratificante para los agricultores, según coincidieron los tres quinteros: “La venta directa en ferias y plazas me sirve en lo económico y en lo emocional. Los clientes te devuelven el esfuerzo que le pusimos y los comentarios hacen bien, te dan un empujoncito para seguir”, confía Maizares.
Cuando el Estado está presente
La decisión política de avanzar hacia otra forma de producir alimentos fue clave para permitir que estos tres productores (entre otros) se animaran a avanzar hacia la agroecología. Si bien se trata de un tema más bien productivo, son varias las áreas municipales que están involucradas: Ambiente, Economía Social, Salud y Planeamiento impulsan el programa en conjunto y contribuyen a tener una mirada más completa.
“La idea es fortalecernos entre todos y también tenemos apoyo de la Provincia”, explica Terrile, quien recordó que el programa comenzó en 2015 cuando comenzaron a hacer un relevamiento de productores y quinteros del cinturón verde local, la mayoría “sobrevivientes” del boom sojero y del avance inmobiliario en las periferias.
A partir de ese momento empezaron a trabajar con un grupo de dos decenas de quinteros en un escenario difícil de desvalorización de su trabajo, muy afectado por una altísima tasa de informalidad y por la poca valoración social y económica de los trabajadores de la tierra.
De acuerdo a Terrile, eso cambió y hoy ese grupo de productores “se siente valorado y pudo diversificar su producción” gracias a la adopción de la lógica agroecológica. Esa reconversión estuvo acompañada de ayuda para la compra de insumos, capacitaciones técnicas y apertura de nuevas opciones de comercialización como las ferias de la economía social o los canjes saludables.
Fuente: Foro Ambiental